Dama

Es belleza el amanecer que encuentro en sus ojos. Sus ojos hermosos, los más bellos que alguna vez hayan existido.
Son hermosos porque nunca nadie los vio, incluyéndome. Pero eso no quita su belleza innata, esa que nunca nadie conocerá, o talvez sí. Talvez sí porque es una dama restringida, pero no prohibida; que yace en los laberínticos jardines de un palacio muy lejano a todo, entre las rosas. Unas rosas aterciopeladas, como su piel, que nadie nunca tocó.

Las flores rojas cubren sus ojos, acariciando sus párpados; y guarda su piel, que espera un abrigo.
Nada queda para la dama, que tiene la hermosura más pura del mundo, la que nadie puede afirmar excepto yo. Excepto yo porque así la creé, perfecta, lejana a los límites que pacta el horizonte del subconciente más conciente.
Beso sus labios, sin tocarlos, oh. Descubrimos todo lo intrínseco, sacamos lo que está debajo de la alfombra. Ella se quita el vestido, pero las rosas todavía la cubren; quiero tocarla pero es imposible, no tiene piel. Quiero ver sus ojos con los mios, celosos; pero ya no los posee.
Se desmorona y corre, corre entre los jardines y yo la persigo. Se desmigaja, se desmiembra. No la puedo alcanzar aunque yo sea más rápido. No tiene piernas pero sigue corriendo, va dejando pétalos en el camino como un rastro galante. Los voy pisando y se quedan atras; giro la cabeza para verlos y ya no existen, se difuminan en el pasado imperfecto. Vuelvo la vista a ella y cada vez está más lejos, ya no existe.
Soy cínico. La vuelvo a imaginar, cada vez más hermosa. Cada vez más hermosa porque siempre la vuelvo a pensar, a cada momento. El final siempre es el mismo, pero, yo me quedo con los comienzos.