sábado, 29 de diciembre de 2012

Oniromancia: Infinito

                                                          Ego sum contra omnes.
Un gran hotel futurístico en el medio de la nada, rodeado de un panorama venusiano, tierra sulfurosa, cielo cubierto de nubes amarillentas, fuertes tempestades que levantan montañas y aquella sequedad espectral que hacía desaparecer el sudor.
Estaba esperando un refugio, al fin. Hace un largo rato vagaba en ese cruel desierto, pero... ¿Por qué una construcción de tan dicha magnificencia, acá? ¿Acaso alguien sería certero en la respuesta? No había nadie. La soledad siempre era la más oportuna compañía, aquella silenciosa y misteriosa colega, que se esconde en las sombras de las piedras cuando alguien aparece.
Hotel Infinito, Eso decía un enorme cartel estilizado en acero y brillos rojizos. Estaba seguro que no era hipérbole llamarle así, era especial en toda su complejidad. Aclarado en letra pequeña el cartel anunciaba: "Hotel con cuartos infinitos, no importa la cantidad de visitantes que haya ni cuanto tiempo estén, hay espacio y tiempo para para cada uno de ustedes". Había leído alguna vez sobre eso, siempre al infinito se lo consideró como una paradoja matemática y filosófica... y uno de los ejemplos para explicarlo de manera concisa era la del hotel de cantidad incalculable de cuartos, que permitía albergar cantidad incontable de personas, aunque esté lleno...Bueno, ya saben, eso que poco importa ahora.
Luces centellosas llevaban como un prudente guía hasta la recepción, única y principal, que aparecía sólo hasta el final del pasillo. Eché un vistazo con pocas ganas, no había nadie del otro lado del mostrador de mármol gris, pero pude ver escondida en un receptáculo a una tímida llave. Con una larga cadena enlazada colgaba un llavero llamativo, tenía forma de... dodecaedro; y en una cara tenía enmarcado con relieve el número "9090", lo tomé y lo vi cauteloso.
Me di media vuelta y observé una puerta que antes no estaba, iluminada desde los costados inferiores. Era de un metal sin alma y opaco, se podía percibir su falta de calor a varios metros de distancia.
Era un ascensor, era el ascensor. Se abrieron sus compuertas mientras me acercaba, y al momento que me adentré pude percibir una melodiosa música, música de ascensor, repetitiva y pegadiza. Me gustaba bastante y me quedé quieto escuchándola por un debido rato. No llenaba los oidos pero los dejaba complacidos, aunque a veces se sentía ruidosa, tanto como mi madre.
Era un ascensor diminuto, algo rústico, una jaula para humanos con parlantes en cada esquina. El marcador para indicar el nivel era como una calculadora antigua, oxidada, con los botones un poco gastados pero aún así eran legibles.
No se me ocurrió que marcar así que solo digité la única pista que tenía: "9090".
El ascensor hizo una combinación de ruidos mecánicos y descendió rápidamente. Frenó de dos golpes, las puertas se abrieron con torpeza y vislumbré un pasillo común y corriente, con piso de alfombra y pintura beige en las paredes. Encontré mi puerta, la 9090. Metí la llave en la cerradura e intenté girarla, era totalmente obvio, la puerta no abrió. Forcejeé un rato pero la puerta no cedió, evidentemente el llavero me tendió una broma o algo del mecanismo estaba roto, quizás la llave. Algo atravesó mi cuerpo, una mala vibra y un llanto; y por un error de mis torpes manos la llave cayó al suelo. Al intentar agarrla vi que el llavero había cambiado de número, 5656.
No estaba nervioso, pero quería irme de ahí, era esa típica película de terror, ya saben, el monstruo o lo que sea que quiere matarme me está observando, escondido entre las sombras, y yo como presa imbécil me quedo buscando enigmas por ahí, haciendo todo menos escapar.
Escaleras, no hay escaleras, y si las hay están detrás de alguna de estas puertas vigorosas. El ascensor no abría, parecía todo una conspiración. De un jalón abrí la reja y así como la abrí pude cerrarla. Rápido, marqué el cero, a la planta baja, me quiero largar, urgente.
El ascensor conjuró palabras robóticas, clink clunk clank, y ascendió. El marcador decía 5656; no, no quiero el 5656, vamos, no anda o ésto está endemoniado, es el número del llavero. Marqué el cero dos veces más, no me quería desesperar y que la carcacha se averíe. la música hizo un ruido de interferencia por unos segundos y luego continuó normal, el ascensor descendió al primer subsuelo, "-1".
Podía ver la superficie, la corteza del mundo, a través de las rejas, como si la tierra fuese transparente, veía a lo lejos las montañas y las nubes vigilándolas, podía ver las raices de los arbustos que sobrevivían, podía ver más allá de todo eso.


Marqué devuelta, cero. Las compuertas se abrieron en vez de mantenerse cerradas y el ascensor se trasladó, pero no pude entender hacia donde.
"852"; "6254"; "85652". Lejos, cada vez más lejos del cero. Estaba atormentado por aquellos números,  y muchas cosas se me cruzaron por la cabeza, cosas sin sentido. ¿Acaso iba a dejar de existir? "520984" "986215"; "1209882". Se iban sumando dígitos como lóbregos buitres al fresco cadáver. ¿No iba a volver más? ¿Acaso se puede dejar de existir, en el infinito? "3659979". Marqué mil veces el cero, desesperado y con una furia profunda, hasta que una bala melancólica fue disparada en contra de mi corazón, y empecé a plañir. Me tiré al suelo polvoriento a llorar, ¡el infinito no puede existir! ¿voy a estar acá hasta que me muera? ¡alguien que me rescate, ahora! El lloriqueo caprichoso fue enmascarado, en un momento, por otra tonalidad. Ah, aquella, la música de ascensor ¿Acaso también iba a ser infinita? Me molestó que todo sea eterno y grosero ¿Algo tenía final? Sacudí los barrotes con mis últimas fuerzas. "25087468"; "487232680".¿Qué es todo? Hasta siempre, en el abismo. Escuché otro llanto, las rejas encerraron mis manos y las rebanó, desperté.

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