miércoles, 15 de mayo de 2013

La Guerra

Cauteriza mi alma, aguijonea el ser. Es una avispa, con alas de kevlar. Vuela muy bajo y proyecta su sombra en la tundra. Las hormigas desvanecientes se esconden en una trinchera mal dispuesta. Corren sin ganas, sus patas se doblan y desdoblan como visagras muy solicitadas, que generar fricción.
Le disparan al enemigo invisible y le van atinando de a poco, retirándolo. Pero todo se volvió muy insalubre, la peste se desató; mental y anímica, la que se menciona así misma como guerra. Es como un huesped parasitario que se alimenta de tu salud, de tu moral, de tus buenas costumbres. De a poco te consume y el enemigo vuelve a su puesto. Hace de tu cabeza un nido aséptico para sus crías, que liberan pus y mugre. Nada en realidad tiene sentido ni justicia ahora.
Del otro lado de la cordura, saltando la cordillera, los líderes escarabajos hacen mención de su gloria, de sus altos sombreros y elegantes atuendos. Dirigen el país desde una olla oxidada, a prueba de balas. Protegido por diez mil soldados, el jefe da su discurso, escoltado por el temblor y la mentira. Le estamos ganando a Goliath, dice, con una rama y dos piedras partidas.
La presencia del fin no se puede cubrir con ninguna sábana, trasluce la luz del juicio final a traves de ella. Pero es que ya es hora, grandes cóndores rodean la ciudad.
Es el fin y la rendición, firmarla termina con la guerra. Pero antes que me explote la cabeza y te salpiquen mis sesos; así sea.
El costo atraviesa hasta al último de los civiles con una lanza de bronce y viola a sus mujeres. El costo patea los cadáveres de los niños, los desnuda y los pisa. El costo incendia edificios donde antes la luz reinaba sin quemar; vomita en sus monasterios y escupe en sus obispos.
En la guerra nunca se gana.

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